viernes, 1 de marzo de 2013

El papel de Elías Canetti



Supongo que cuando alguien se autodefinía en su presencia con la socorrida etiqueta de “Ciudadano del mundo”, Elias Canetti debía esbozar una leve sonrisa, no exenta de cierta ironía. Fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1981, punto culminante de un periplo estético y humano tan agitado como fascinante, y que refleja a la perfección las turbulencias del Siglo XX.

Canetti nació en 1905 en Rusçuk, entonces ciudad del Imperio Otomano, hoy dentro de las fronteras de Bulgaria. Sus ochenta y nueve años de vida se dividen entre Manchester, Viena, Frankfurt, Londres o Zurich, escenarios de una biografía itinerante fuertemente condicionada por los conflictos que asolaron la vieja Europa. Además, si bien su lengua materna era el ladino (dialecto sefardí), también dominaba el búlgaro, el inglés y el alemán, lengua con la que construyó toda su obra, incluso después de que los nazis le obligaran a huir para salvar la vida.

A la vista de esta existencia en constante movimiento, cabe al menos preguntarse si la tan mentada globalización es en realidad un concepto moderno y actual o por el contrario la forma de pensar natural de las mentes más lúcidas. En cualquier caso, no puede ser coincidencia que de una pluma nómada como la suya brotara el soberbio relato “Cuenteros y escribanos”, perteneciente a “Las voces de Marrakech”, texto compuesto a partir de las notas de viaje que tomó en 1954.

En dicho relato, el autor retrata a los narradores orales que pululan por las callejuelas de la medina ganándose el exiguo sustento con sus historias. Fijémonos en el siguiente párrafo, que Canetti abre declarando sentirse “hipotecado para con el papel”:

Yo, soñador, pusilánime, vivo a resguardo de mesas y puertas; y ellos entre la algarabía del mercado, entre cientos de rostros extraños, cambiando diariamente, desprovistos de todo conocimiento frío y superfluo, sin libros, ambiciones ni prestigio vacío. Entre las personas de nuestro ambiente que viven de la literatura, raras veces me había sentido a gusto. Los miro con desdén porque desdeño algo en mí mismo y creo que ese algo es el papel. Aquí me encontraba de pronto entre poetas que podían mirar a la cara porque no había una sola palabra suya que leer”.

A día de hoy, como bien es sabido, se debate encarnizadamente sobre si la irrupción del eBook acabará con el libro de siempre. No está de más, pues, recordar que hace sesenta años ya había un hombre sabio reflexionando sobre la relación entre soporte físico y contenido. Un hombre sabio que había visto cómo todas las certezas se derrumbaban a su alrededor, cómo moría un mundo antiguo y nacía otro nuevo y diferente.

Un hombre que llegó a ser sabio precisamente porque entendió que la magia de las historias no reside en el papel, sino en la palabra. 




miércoles, 27 de febrero de 2013

La Guerra de los Mundos



Era domingo, 30 de octubre del año 1938. Para celebrar la festividad de Halloween la cadena norteamericana de radio CBS emitía en directo, desde la planta veinte del número 485 de la Avenida Madison de Nueva York, una entrega especial de su serial The Mercury Theatre on the Air. A cargo de dicho programa estaba un joven y prometedor actor llamado Orson Welles. Un joven brillante, un visionario, que estaba a punto de realizar la emisión de radio más famosa de todos los tiempos.

Esa tarde del 30 de octubre Orson Welles lanzaba a las ondas una adaptación de La Guerra de los Mundos, el clásico de H.G. Wells, obra pionera en ese género que hoy llamamos ciencia-ficción y que en el momento de su publicación se denominaba romance científico. Orson Welles, consciente de las enormes posibilidades que le ofrecía la radio, convertía la historia de la invasión marciana de Inglaterra en una serie de boletines informativos que supuestamente interrumpían la emisión normal de la CBS informando a la población de una “aunténtica” invasión marciana de los Estados Unidos. Aquellos oyentes que sintonizaron la emisora minutos después de comenzar el programa, momento en el que se decía que todo lo que iba a emitir en la siguiente hora era pura ficción, creyeron a pies juntillas lo que de forma tan absolutamente real estaba informando la radio. La dramatización de la obra fue tan realista que en los estados del Noroeste de los Estados Unidos y en la vecina Canadá fueron miles las familias que huyeron de sus hogares por temor a ver llegar a los invasores marcianos. Y en el área de Nueva York y Nueva Jersey, zona que supuestamente estaba sufriendo la invasión marciana, las autoridades civiles se vieron desbordadas por las llamadas telefónicas de auxilio. Orson Welles, había contado una historia clásica y ya conocida, pero al emplear las nuevas herramientas que la tecnología de su tiempo le ofrecía demostró quizás por vez primera el colosal poder de los medios de masas. Lo que vino después es historia. Cualquiera de ustedes que quiera saber más sobre este episodio tan solo está a un clic de distancia de miles y miles de páginas de información. No sé ustedes, pero yo habría dado cualquier cosa por descubrir de lo que habría sido capaz ese joven genio con los actuales avances tecnológicos.


Con este ejemplo histórico tan solo he pretendido llamar su atención, amable lector, para reiterar una vez más lo que pretendemos hacer en ShotWords. En estos primeros años del siglo XXI los asombrosos avances tecnológicos, cuya máxima expresión es Internet, y que han dado a luz a esta Era Digital que vivimos, nos ofrecen las más poderosas herramientas con las que ningún narrador ha contado en la historia de la humanidad. En el largo camino que hemos recorrido desde que ese primer antepasado nuestro se sentó a la luz del fuego a contar a sus congéneres las historias de lo que se ocultaba en las sombras, nunca un narrador ha tenido a su alcance a tanto público al mismo tiempo y con casi el mismo grado de relación e interacción que ese primitivo antepasado nuestro con sus hermanos de tribu. Escritor, cineasta, creativo…seas quien seas, no tengas miedo a ese futuro que ya es presente, porque un auténtico narrador tiene la “obligación moral” de intentar emular a Orson Welles en aquel lejano domingo de 1938. No hablo de lograr lo que logró aquel genio, eso sería una presunción imperdonable. De lo que hablo es de mantener ese espíritu visionario, transgresor de ese pionero en las nuevas formas de narrar. De mantener viva la llama de ese testigo que nos legaron desde el pasado.

En Shotwords creamos porque creemos en lo que hacemos y narramos porque es nuestra única forma de sacar a la luz aquello que se oculta en las sombras.   

Encabeza estas líneas la magnífica ilustración del artista polaco Robert Czarny

lunes, 25 de febrero de 2013

De la literatura en papiro a la literatura digital





Mucho ha llovido desde aquellos tiempos en los que el faraón de Egipto tenía el monopolio de la elaboración del papyrus (papire en griego, de donde procede la palabra “papel”). De hecho, en egipcio per-peraâ significa “flor del rey”. Y es que el invento procedía ni más ni menos que de una flor acuática, originaria del Nilo aunque extendida por toda la cuenca del Mediterráneo, una hierba palustre que tras un elaborado proceso daba como fruto unos pliegos sobre los que se puso de moda escribir…

En determinados foros últimamente se habla de “literatura digital” -¿es o no literatura?; ¿su existencia es posible más allá de Internet?; ¿es la ciberliteratura una obra de arte y no una pieza literaria?- Por no hablar de aquellos para quienes la literatura digital son las novelas de toda la vida pasadas a formato EPUB, MOBI o PDF.

Con todo esto a mi me vino a la cabeza qué debieron pensar aquellos antepasados nuestros, acostumbrados a la piedra de toda la vida, cuando irrumpió en sus casas el papiro… ¿Acaso el hombre no lleva viviendo de sus avances tecnológicos toda su existencia? ¿Y no se ha aprovechado de estos inventos para hacer arte? Y entendamos que al decir “arte” no me refiero sólo a esas piezas de museo (el teatro es arte, y también lo es el “docuteatro”, un híbrido entre pieza teatral y documental con el que nos sorprendió la compañía DV8 el pasado Festival de Otoño en Primavera haciendo uso de toda clase de tecnologías de la imagen para componer su híbrido teatral).

Ahora nos echamos las manos a la cabeza porque nace en los países anglosajones una nueva forma de hacer literatura que se aprovecha de todos y cada uno de los avances tecnológicos del hombre, como lleva haciendo el teatro desde los años setenta. Esta nueva forma de hacer literatura lleva el “adjetivo” del soporte que la contiene, “digital”, que por supuesto no tiene que estar obligatoriamente relacionado con Internet. Un libro digital puede perfectamente tener por soporte un CDROM, un DVD o una memoria FLASH que mantienen características interactivas y de multimedia en la mayoría de los casos. Lo que identifica a este tipo de obras de “literatura electrónica” es que usan eso, la electrónica, sea el hardware de un CDROM, el de un DVD o de servidores conectados por protocolos de comunicación. Y, además, precisan de un microprocesador de transistores electrónicos para poder memorizarse, codificarse y leerse. Es la electrónica (y, en concreto, el hardware), lo que realmente las caracteriza, por eso en el mundo anglosajón se las denomina “electronic literature”.





Así que la evolución podríamos resumirla así, y perdón porque lo hago a groso modo: en el neolítico estábamos pintando animales en la pared de la cueva y un buen día, nos pasamos a la piedra (en principio los pictogramas que darían paso a la idedografía)… Llegaron los sumerios con sus placas de barro en forma de cuña para hacerse los amos de la escritura cuneiforme… Los egipcios, en sus papiros, nos complicaron la vida con los jeroglíficos…  El hombre se hizo más listo y pensó ¿para qué complicarse tanto? Así que se inventó las escrituras basadas en grafemas y las ideográmicas… El papiro se convirtió en papel, llegó Gutenberg, de quién ya hemos hablado aquí, cuya imprenta ha tenido la hegemonía de la escritura durante más de quinientos años…

Hasta que apareció la literatura digital, literatura electrónica o ciberliteratura, con una nueva escritura que recupera el sentido de la imagen en su totalidad y se sirve otra vez de la interpretación del hombre, como el jeroglífico del papiro, para darle sentido al contenido de su obra.

Los tiempos cambian, y el ser humano sigue reinventándose una y otra vez, porque de no ser así, no sería humano.