Que
el impacto de Internet ha cambiado el mundo y ha supuesto una antes y un
después en nuestra manera de contar historias es algo que ya hemos analizado
ampliamente en este blog. Por eso queremos reflexionar ahora sobre un aspecto
mucho más concreto: nuestro altísimo grado de conectividad, tanto a nivel
individual como social, y los fenómenos que de ello se derivan.
Estamos permanentemente on line,
expuestos al efecto multipantalla las 24 horas del día y los siete días de la
semana, bien por motivos profesionales o lúdicos. En casa saltamos sin apenas
darnos cuenta de la tele al portátil, y de ahí a la tableta, el e-reader o el
móvil. Al salir a la calle, seguimos conviviendo del modo más natural con un
sinfín de monitores: en el metro, en el tren, en los centros comerciales, sin
olvidar al viejo y algo maltrecho cinematógrafo. Cabe afirmar, pues, que si el
siglo XX fue el siglo de la imagen, el XXI se perfila más bien como el siglo de
la pantalla.
Y cada pantalla es un soporte, una oportunidad
para narrar, un campo virgen que propicia el surgimiento de nuevos formatos
como las apps o las webseries. Centrémonos en estas últimas. Condensando la
definición de la Wikipedia, resulta que una webserie es una serie creada para
ser emitida exclusivamente a través de Internet, por lo que los episodios
tienden a ser cortos (5-10 minutos) y el tono general más bien experimental.
Estas producciones, continúa la Wikipedia, se han ido consolidando entre las
audiencias más jóvenes, hasta el punto de que se puede hablar de un boom.
Pero claro, todo depende del modelo de industria
audiovisual, y en el español, por desgracia, a veces media un solo paso entre
“experimental” y “precario”, al igual que entre “boom” y “burbuja”. Así, se
antoja casi metafórico que la webserie más exitosa se titule “Malviviendo”.
También habría que preguntarse por las causas
reales de semejante vorágine de ficciones realizadas con escasísimos recursos,
casi en plan guerrilla: ¿es porque nuestros jóvenes son muy inquietos y creativos?
¿O porque hay demasiados actores, directores, técnicos y guionistas no tan
jóvenes que están en paro por la crisis del sector y prefieren hacer cualquier
cosa antes que verse en el sofá mano sobre mano?
Un problema añadido es que en el ámbito
televisivo la webserie empieza a concebirse como el cortometraje en el cine, es
decir: una escuela en la que los nuevos profesionales puedan ir curtiéndose, y
en la que, por supuesto, todo el mundo trabaja sin cobrar y nadie está
dispuesto a invertir. Y ésta es, sin duda, una tendencia peligrosa, por
insostenible. Aunque hay gente muy talentosa haciendo webseries (sin ir más
lejos hace un par de semanas ShotWords entrevistaba a Gracia Morales, guionista
de La Grieta), es necesario preguntarse a dónde conduce toda esta
efervescencia: ¿es una moda fruto de las circunstancias o una nueva línea de
negocio que generará empleo y entretenimiento de calidad?
Ante la incertidumbre, uno mira instintivamente
por encima del charco, a ver qué se cuece en Estados Unidos. Y topamos con
“House of cards”, una webserie protagonizada por Kevin Spacey en la que
participan directores de la talla de David Fincher o Joel Schumacher.
Y entonces la conclusión es inevitable: así sí.