Con motivo de la exposición que le dedica el Caixa Forum Madrid al ilusionista y cineasta George Méliès, hemos tenido en ShotWords la oportunidad de reencontrarnos con la vida y obra de este extraordinario mago del siglo pasado, un personaje maravilloso que nos ha hecho pensar en su similitud, como ya la vimos con Leonardo da Vinci o los talleres gremiales del Renacimiento, con el artista del siglo XXI y su realidad social.
Georges Méliès (8 de diciembre de 1861 – 21 de enero de 1938) fue un artista integral. Destinado a proseguir con el negocio familiar, una lucrativa firma de zapatos de lujo a mediados del siglo XVIII, la mente disipada de George, más amante de las Bellas Artes que de las botas, le llevó a ser enviado a Londres para aprender inglés, o lo que es lo mismo hacer que se centrara. Lejos de eso, Méliès se hizo adicto a los espectáculos del mago de moda en la escena londinense, Maskelyne, que vio en él sus dotes para los trucos. Esto, unido a que era un manitas con las maquinas, de hecho arreglaba las de la fábrica de zapatos con asiduidad, hizo que George acabase comprando con su herencia familiar el teatro del famoso ilusionista Robert-Houdin además de todos sus autómatas y trucos de escena para simular sus números de ilusionismo. Méliès renovó el teatro, mantuvo a todo el personal, incluido a la actriz que luego sería su segunda esposa, Jeanne d'Alcy, e incluso actuó. Con su incesante capacidad para el trabajo alternó sus labores de director del teatro con las de dibujante en el periódico satírico La Griffe, al tiempo que se escenifican en su teatro espectáculos cuyos decorados, trucos y maquinaria eran creados por Méliès.
Como le sucedía a los ilusionistas y magos de la época, el deseo de innovar visualmente estaba siempre en su mente. Ya muchos compañeros e incluso él empleaban proyecciones para sus trucos: las sombras Chinescas; la Linterna Mágica de Atanasius Kircher empleada desde 1654; el Zootropo o tambor mágico... Pero sería el Kinetoskopio de Edison, mejorado por los hermanos Lumiére, lo que estaba llamado a revolucionar el arte del ilusionismo y lo que es más importante, la trayectoria de Méliès. Cuando los hermanos Lumière presentaron en 1895 en el Gran Café de París su primera sesión de cinematógrafo, Méliès estuvo allí y enseguida quiso comprar el aparato. Pero al negarse el padre de los hermanos, el artista se buscó la vida. Buscó una aparto similar en Inglaterra, el Animatograph de Robert W. Paul y lo modificó hasta que el aparato le diera lo que necesitaba: ilusión y fantasía.
En dos años, Méliès, lideró muchos desarrollos técnicos y narrativos en los albores de la cinematografía como el prolífico innovador que fue. A él se le deben los efectos especiales y la edición, además de recursos algunos aún hoy empleados como las múltiples exposiciones, la fotografía en lapso de tiempo, las disoluciones de imágenes y los fotogramas coloreados a mano. Dos de sus películas, Viaje a la Luna (1902) y El viaje imposible (1904), están consideradas pioneras del cine de ciencia ficción. Pero también fue pionero del cine de terror con Le Manoir du Diable (1896), además de ser el primero en emplear el docudrama cuando la palabra ni si quiera existía en la mente de los lingüistas.
Méliès encarnó durante años la simbiosis perfecta entre intelectual y artesano. Hombre extremadamente culto, consumidor además de todo tipo de cultura, fue un narrador exquisito, que desarrollaba los argumentos de sus películas, escribía los textos del narrador y los de los programas de sus films, pero además fue un técnico innovador, que dirigía, filmaba, interpretaba, realizaba y pintaba los decorados, diseñaba vestuarios y editaba sus películas. Si a esto le sumamos que fue su principal productor y, distribuidor, este gran cineasta encarna el espíritu de emprendedor que los gobiernos tratan ahora de inculcarnos a toda costa, o lo que es lo mismo hágaselo y véndaselo usted mismo. Claro que Méliès, además de un genio como contados da la historia, vivió en una época en la que tocaba inventarlo todo, porque no había de nada y, lo que es más, lo que había no se sabía a dónde iba a llevar, como era el caso de los muchos inventos que proliferaban en el siglo XVIII y principios del XX entre ellos el cinematógrafo. Como empresario, Star Films, el sello de Méliès, fue el primero en producir y distribuir cine en el mundo. Además, George creó el primer plató de la historia del cine.
Acabó arruinado y olvidado porque este innovador y experimental creador no fue capaz de ser tan rápido como la vertiginosa evolución que el invento exigió. El cine creció a pasos agigantados gracias a esos norteamericanos expertos en saber explotar los inventos europeos mejor que nosotros mismos y a un público insaciable por consumir ficción cinematográfica, para que digan que lo de ser consumidores natos no nos viene de lejos, que enseguida se cansaba de lo ya inventado y buscaba novedades (os suena también, ¿no?).
Por suerte fue rescatado del olvido en una juguetería que regentaba en la estación de Montparnasse cuando Léon Druhot, director de Ciné-Journal, lo reconoció. Recibió hasta su muerte, unos años después, los honores y el reconocimiento que merecía.
George Méliès tiene mucho más que enseñarnos, tanto como persona como cineasta. Valiente, atrevido, dispuesto a arriesgar, experimentar e innovar, carismático y seductor, trabajador infatigable que puso pasión y entrega a todo cuanto hizo, empresario justo que pagaba bien y cuidaba a su equipo, puso su talento al servicio del público que amaba de una época que adoraba aún más. Aún sin asomo de la Primera Guerra Mundial que acabaría con el optimismo y la alegría de vivir de Europa para siempre, Méliès encarnó a la perfección el espíritu de sus coetáneos, que miraban con curiosidad, admiración y cautela los grandes inventos que traía el siglo XX, tal y como hacemos con los del siglo XXI. No experimentó pensando en satisfacer a un público restringido, culto o elitista, sino para entretener al gran público, un objetivo mucho más complejo y ambicioso, sobe todo cuando sus películas son y fueron consideradas desde el principio obras de arte.
Y ahí está el gran ejemplo que debemos seguir de George Méliès: encarar este presente de crisis (uno mira atrás y se pregunta cuándo no la ha habido) poniendo al servicio de la creación artística los nuevos inventos tecnológicos y asumiendo con valentía, amor e imaginación el gran reto de todos los retos: entretener al espectador-público o lector con todo el arte del que seamos capaces. Hasta siempre, George Méliès.