A
pesar de que el capítulo final de esta ya mítica serie se emitió el 10 de junio
de 2007, en las últimas semanas “The Sopranos” ha estado de nuevo en el
candelero por dos motivos muy diferentes. En primer lugar porque el poderoso sindicato
de guionistas de Estado Unidos (WGA) acaba de elegirla como la serie mejor
escrita de la historia (nada que objetar por nuestra parte). En segundo lugar,
por la trágica y prematura muerte de James Gandolfini, el actor que interpretó magistralmente
durante seis temporadas a Tony Soprano, protagonista absoluto de esta obra
maestra de la narrativa audiovisual.
Es
un hecho irrefutable que vivimos una época dorada para las series de TV, que
han eclosionado en la última década gracias fundamentalmente a las cadenas de
cable: la HBO y la AMC están produciendo joyas como “Boardwalk Empire” o “Mad
Men” (¡literatura en movimiento!), sin olvidar clásicos como “The Wire”. Los
escritores más talentosos y los actores-estrella se afanan por trabajar para la
otrora denostada caja tonta. A este festín creativo (y económico) se han
sumando canales como Showtime, FX o Starz y nombres de la talla de Spielberg o
Neil Jordan. Incluso un pequeño país como Dinamarca está desarrollando
ficciones de una calidad sobresaliente. Y
todavía permanece fresco el impacto que causó en la audiencia global el noveno
capítulo de la tercera temporada de “Game of thrones”: la inolvidable Boda Roja.
Bien, planteemos dos preguntas: 1. ¿A qué se
debe este fenómeno de dimensiones planetarias? 2. ¿Cuál es el papel de Tony
Soprano en todo esto? Empecemos por responder a la segunda. Es cierto que hubo
antecedentes, siempre los hay, pero The Sopranos fue la que abrió el camino:
una serie real como la vida misma, que no sólo triunfó por tocar el siempre
fascinante tema de la Mafia italoamericana, sino porque diseccionaba como nadie
lo había hecho el matrimonio y el núcleo familiar, entendidos como unidades
sociales básicas.
Y qué decir de Tony, un personaje carismático,
contradictorio, tierno, violento, divertido, psicopático… Robert McKee, gurú de la escritura
guionística, ha llegado a decir: “Tony Soprano es más complejo que Hamlet”. He
ahí la cuestión: Tony es complejo porque trasciende el mero personaje para
convertirse en persona de carne y hueso, en un ser humano tridimensional con
una riqueza de matices y una variedad de emociones similar a la de cualquiera
de nosotros.
En
un largometraje estándar, por lo común, se nos presenta un personaje con unas
características definidas que van variando a medida que recorre su arco de
transformación. Pues bien, Tony Soprano sencillamente no cabe en una historia
de dos horas.
Eso nos
lleva a la clave que explica el éxito de las series: el mundo está cambiando
muy rápido, la realidad se complica, la vida se hace más intrincada. El público
ha madurado y ya no le resulta creíble que un héroe sano, guapo y de moral
intachable mate al malo, salve La Tierra y enamore a la chica en apenas 120
minutos. Las series, por el contrario, permiten contar historias que en total
duran 50, 70, 100 horas… Técnicamente no hay límite. Y en ese tiempo sí se
puede mostrar a una persona de verdad, con su juego de luces y sombras, y la
maravillosa profundidad de un alma humana en la que seamos capaces de reconocernos.
Así
que gracias, Tony, por los buenos ratos, y por lo mucho que nos enseñaste sobre
nosotros mismos.