Vaya por delante que
esta entrada es un tanto atípica si nos atenemos a la temática de la bitácora. Pido disculpas por lo tanto a aquellos de nuestros lectores habituales que hoy se puedan sentir decepcionados. Pero es que, en ocasiones, es necesario recordar en voz alta o por escrito según que cosas.
Y es que han pasado ya tres meses y medio desde que se abrió esta bitácora.
Cuarenta entradas en las que el equipo que formamos ShotWords hemos tratado de
analizar desde los intentos más primitivos de narrativa transmedia hasta las
últimas novedades. Hemos hablado mucho de la necesidad de contar una buena
historia, de los medios en los que contarla, del enorme potencial que ofrece la
Era Digital a la hora de desarrollar universos narrativos. Sin embargo, como
escritores, hay algo de lo que todavía no hemos hablado y creo que como declaración
de intenciones o reflexión en voz alta teníamos que hablar. Y ese algo es de lo
que no hemos hablado todavía es de la herramienta fundamental de todo narrador;
el lenguaje.
Si estás leyendo estas líneas y no necesitas
traducirlas entonces es que eres un hispanohablante. Eres uno de los más de
quinientos millones de personas en el mundo que hablan el español. La tercera
lengua más hablada en el mundo y la segunda en comunicación internacional. Una
lengua bella, antigua, heredera directa del latín y por ende del griego,
lenguas del mundo clásico. Una lengua enriquecida primero por todos aquellos
pueblos que cruzaron por esta vieja piel de toro para, posteriormente,
multiplicar su variedad hasta lo inimaginable gracias a ese bestial y
fascinante episodio histórico que es el descubrimiento y conquista de América.
Episodio histórico gracias al cual nacieron, como reza en el artículo primero
de la Constitución de Cádiz de 1812, los españoles de ambos hemisferios. Una
lengua versátil, rica y sonora, en la cual hablaron y escribieron algunos de
los literatos más grandes de la historia.
En español escribió Miguel de Cervantes la primera
novela moderna, el Quijote. En español escribieron sus versos Lope, Góngora, Quevedo... los grandes poetas y dramaturgos del Siglo de Oro. En español, en 1887, escribió Enrique Gaspar y
Rimbau El anacronópete, la primera
novela de ciencia ficción que hablaba de viajes en el tiempo, adelantándose así
a H.G. Wells. También en español escribió Nilo María Fabra en 1885 una de las
primeras ucronías modernas, Cuatro siglos
de buen gobierno. En español escribieron Borges, Clarín, García Márquez, Neruda, Gabriela Mistral… y
así podríamos seguir durante días.
Como escritores, puesto
eso es lo que somos ya seamos novelistas, guionistas o dramaturgos, tenemos la
obligación de conocer nuestra lengua y dominarla. La obligación de aprovechar
los enormes recursos que nos ofrece como vehículo de transmisión de ideas. Porque
cuanto mayor sea nuestro dominio de la lengua mayores serán los recursos a
nuestra disposición para contar historias. Tenemos la enorme fortuna de contar
con una institución como la Asociación de Academias de la Lengua Español, cuya
labor es "trabajar asiduamente en la defensa, unidad e integridad del idioma común, y velar porque su natural crecimiento sea conforme a la tradición y naturaleza íntima del español",
labor gracias a la cual nuestra lengua goza de una vitalidad maravillosa.
Desaprovechar algo así sería de estúpidos.
Y si bien en esta
bitácora hacemos uso frecuente de anglicismos, reflejo de este mundo global y
digital en que vivimos en el que el inglés es la lengua por antonomasia, no es
menos cierto que hablamos y pensamos en español, y que los personajes que
pueblan nuestras historias hablan y piensan en español. Cuando el equipo que
formamos ShotWords nos reunimos y de forma indefectible hablamos de la enorme dificultad
de vivir de la escritura, muy a menudo nos olvidamos del dato con el que comenzaba
esta entrada. Tenemos quinientos millones de potenciales clientes. Es cierto
que los hispanos, por nuestra especial idiosincrasia cainita, nos perdemos en
discusiones bizantinas sobre lo que nos separa en lugar de centrarnos en lo que
nos une. Pero, por el amor de Dios, somos quinientos millones. Tan solo los
escritores en habla inglesa pueden disponer de un escenario parecido. Ni los
narradores franceses, italianos o alemanes, por citar tres ejemplos de países que
han dado grandes literatos al mundo, pueden soñar con un mercado como el
nuestro. Ya escribamos en Madrid, Montevideo, Quito, Bogotá, Buenos Aires,
México… sabemos que tenemos quinientos millones de potenciales lectores,
espectadores, jugadores. No tengamos dudas ni complejos, seamos valientes, aprovechémoslo.
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