De entre todas las manifestaciones del arte paleolítico hay un que, sin duda, cautiva la imaginación de todo aquel que la contempla. Me refiero a las pinturas de manos en cuevas a lo largo y ancho del mundo. Manos que nuestros antepasados olvidados, por motivos que tan solo podemos especular, dejaron grabadas en los abrigos de piedra. Según los expertos de la materia esas pinturas se realizaban de forma ritual, con carácter religioso. No seré yo quien les lleve la contraria. Sin embargo hay en ellas algo que subyace en el interior del alma humana, la necesidad de perdurar.
Todo creador tiene esa misma necesidad, y en el desempeño de su arte, sea esta la que sea, manifiesta la necesidad de dejar constancia de su arte, de su persona. Los narradores no son menos. Todo aquel que escribe lo hace movido por muchas razones de peso, pero sin duda la de dejar una huella es común a todos. Todos los que escribimos aspiramos a ser leídos dentro de mucho tiempo. Aspiramos a que gente en un futuro escuche nuestra voz, y encuentre en ella desde simple diversión hasta consuelo. Aquel que diga lo contrario, miente.
Esta reflexión
viene al caso por algo que cualquier persona observadora puede constatar; cada
vez vivimos más rápido, los avances tecnológicos se suceden a un ritmo
vertiginoso, el futuro ya es ayer. En el mundo del libro en España, por poner
un ejemplo, incluso en la crisis que vivimos el ritmo de publicación es tal que
obliga a las librerías a ejercer una rotación que apenas da un mes de vida a
las novedades. Y esto en el mejor de los casos. Si esto sucede en un mundo tan arcaico
como es el del libro, que no sucederá cuando hablamos de otros soportes.
El primer error
que todos compartimos al pensar en Internet es que toda la información que en
este momento podemos encontrar va a estar ahí para siempre. Falso. Toda la información
de Internet se almacena en un número limitado de grandes servidores que, cada
equis tiempo, hacen limpieza para no agotar su capacidad física. Muchas de las
bitácoras que se leían hace años, muchísimos contenidos de listas de correos,
foros de debate, páginas web, sencillamente se van por el sumidero. Está
demostrado que un porcentaje bajísimo de blogs superan la barrera de los seis
años. Eso por no hablar de formas de comunicación en Internet que como los
grupos o listas de correo, sencillamente, pasaron a la historia o apenas tienen
usuarios.
Por ese motivo, cuando hablamos de wikinovelas o blognovelas, como en
nuestra entrada anterior, o de Internet como plataforma para desarrollar contenidos
narrativos, tenemos que tener muy claro la enorme fragilidad de estos soportes.
Jamás en la historia de la humanidad se ha contado con un medio de comunicación
tan rápido y eficiente, pero a la vez tan frágil. Para acceder a Internet
necesitamos dispositivos electrónicos, conexiones a Internet, energía a fin de
cuentas. Cierto, el libro en formato papel o esos abrigos de piedra donde
nuestros antepasados grabaron sus manos tienen enormes limitaciones, pero son mucho
más perdurables.
Los autores
tenemos que ser conscientes de todo esto y buscar formas de hacer perdurar
nuestras creaciones. En este campo el concepto de transmedia se nos antoja como
vital. Tal y como comentaba en la entrada del pasado miércoles, el transmedia
es una técnica de creación de universos narrativos. Universos que emplean
diversos soportes, analógicos y digitales, tradicionales y modernos, para
crecer y desarrollarse. Es esa interconexión de soportes la única tabla de
salvación que podemos encontrar en el caso de un naufragio digital. Eso y el
convencimiento íntimo de que nuestro trabajo debe aspirar a permanecer para las
generaciones futuras.
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