Si
hay un debate imposible de eludir hoy día es el del impacto de Internet en las
industrias culturales: ¿podrán readaptarse los actuales modelos de negocio o
serán arrasados por la revolución tecnológica? Probablemente todos los que
opinan, sean visionarios o catastrofistas, están equivocados y aciertan en la
misma medida. Porque nadie tiene la más remota idea de lo que nos depara el
futuro, y esa incertidumbre es tan inquietante como seductora.
Decían
que el boom del televisor doméstico, allá por 1950, supondría la muerte del
cine. No ha sido así: el celuloide supo reciclarse. Ahora dicen que el eBook va
a enterrar al libro de papel, extremo que puede llegar a producirse o no. Sin
embargo, hay voces, como la de Vargas Llosa, que dan un paso más afirmando que
los nuevos soportes traerán consigo cambios en el mismo proceso creativo de los
autores: se escribirá de una forma distinta, parece advertir el premio Nobel.
Y
nos preguntamos, ¿acaso es eso algo negativo?, ¿acaso no se narra ya de otra
manera después del cine y la TV?
Dostoievski
precisaba de cientos y cientos de páginas para mostrar el desgarro moral de sus
personajes, siempre asolados por conflictos interiores. Los escritores
actuales, por el contrario, escriben en imágenes, estructuran a partir de
escenas y secuencias, trabajan con puntos de giro y sus tramas son cada vez más
elaboradas. Casi todos, de hecho, se declaran cinéfilos, y muchos compaginan la
literatura con el guión (Auster, G.R.R. Martin, Ray Loriga). El propio Vargas
Llosa ha dirigido películas, y David Simon, creador de The Wire, es tachado
admirativamente de novelista por parte de sus jefes en la HBO.
Si
en el XIX se escribía en abstracto y en el XX en imágenes, ¿cómo narraremos en
esta incierta centuria que se extiende ante nosotros? Un reciente titular puede
proporcionar alguna pista: “Fin de la caza al esqueleto de Ricardo III”. La
historia arranca en 1485, con la muerte en batalla del último rey de la casa de
York, y concluye (o no) en 2013, cuando sus huesos “emergen” a raíz de una
excavación en un parking.
¿Cómo
relatar esta fabulosa sucesión de eventos sino a través de diversos medios y
formatos? De entrada hay una obra teatral, escrita por un tal Shakespeare, que
retrata los dos años de reinado del monarca. ¿Por qué no crear también una
novela histórica a modo de precuela que sirva para mostrar su infancia y
juventud, es decir, la génesis del personaje? O un largometraje de intriga
sobre el hallazgo arqueológico, sobre los turbios intereses políticos y económicos
que se entretejen alrededor de un hecho así.
Y
a partir de ahí cómics, falsos documentales, blogs, videojuegos, juegos de
mesas, perfiles ficticios en Facebook y Twitter… Un universo narrativo completo
en torno a la figura de Ricardo III en el que las diversas piezas se
complementan. Las partes al servicio del todo, igual que en un esqueleto.
Los
narradores del XXI empiezan a pensar intuitivamente en transmedia.
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