Por si no nos habíamos dado cuenta, estamos en
crisis. Pero la situación económica, por más que nos obsesione, no es sino la
punta del iceberg, el resultado último de un cambio estructural, mucho más
profundo, en el seno de nuestra sociedad. Vivimos un momento histórico de
bisagra: lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. El modelo
capitalista ha colapsado porque la moral que lo sustentaba se ha agotado: el
individualismo posmoderno ya no da más de sí. Todos empezamos a comprender que
más nos vale trabajar en equipo.
Centrándonos
en el campo que nos ocupa, eso se traduce en un auge claro de la narrativa
transmedia, más acorde con los nuevos tiempos, pues se trata, por definición,
de un proceso colaborativo, multidisciplinar, que explota al máximo esa
fabulosa herramienta democratizadora que es Internet. En el Renacimiento, el
Hombre se irguió y se golpeó el pecho con orgullo para manifestar que el mundo
había cambiado, en una reacción dialéctica al teocentrismo medieval. El artista
desbancó al artesano y reclamó atención y crédito para su genio creativo.
Ahora,
dentro de la dinámica pendular de la Historia, parece que nos movemos en
sentido inverso: el nombre propio se diluye, volvemos al taller, a la labor integradora,
colectiva y coordinada, a apoyarnos los unos en los otros. En una palabra, a
compartir. Véase a modo de ejemplo el caso del misterioso “autor” LutherBlissett, un seudónimo que esconde la intensa actividad de un grupo de mentes
pensantes que opera a nivel global.
Y no
es un fenómeno nuevo o aislado, ni mucho menos: hallamos precedentes en el
pintor flamenco Rubens, que trazaba las líneas maestras de la obra y luego
dejaba que sus aprendices acometieran la realización material, o en los “cadáveres
exquisitos” del surrealismo, o en la Factoría de Andy Warhol, un auténtico
conglomerado industrial donde entre fiesta y fiesta se producía en cadena tanto
las famosas serigrafías como cortometrajes, esculturas o incluso bandas de rock
(Velvet Underground).
Volviendo
a la actualidad, se hace patente que ante la incertidumbre general y el frío
exterior, tendemos por instinto a juntarnos; frente al egoísmo y la
insolidaridad que nos rodea, ficcionamos conjuntamente, inventamos historias
entre todos para conjurar el miedo. De ahí, insisto, que surjan con fuerza, o
más bien que regresen, pues siempre han existido, formas de expresión como el
micro-teatro (cercanía y contacto humano) o la propia narrativa transmedia.
Porque
al igual que un taller medieval empleaba a joyeros, grabadores o miniaturistas,
un proyecto transmedia involucra necesariamente a diversos creadores
especializados con un fin común: productores, realizadores, actores, fotógrafos,
ilustradores, músicos, gamers, editores, escritores, guionistas, bloggers,
animadores 3D, informáticos, webmasters, diseñadores gráficos,
documentalistas, artistas plásticos, publicistas, community managers,
escenógrafos y un largo etcétera prácticamente inabarcable.
Transmedia significa participación,
interactividad, conexión en red, sinergia. Y la guinda es el público, el
consumidor, al que se invita a convertirse en un creador más. ¿Te animas, pues,
a generar un poco de ilusión de cara al mañana?
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